Estudio de Mateo 5
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Capítulo 5
5.1ss Mateo 5–7 es denominado el Sermón
del Monte porque Jesús lo pronunció en una colina cercana a Capernaum. Este “sermón”
probablemente resume varios días de predicación. En él, Jesús proclamó su
actitud hacia la Ley. La posición social, la autoridad y el dinero no son
importantes en su Reino; lo que importa es la obediencia fiel del corazón. El
Sermón del Monte desafió al orgullo de los líderes religiosos legalistas de ese
entonces. Era un llamado a regresar al mensaje de los profetas del Antiguo
Testamento que, como Jesús, enseñaban que la obediencia de corazón es más
importante que la observancia legalista.
5.1,2 Multitudes numerosas seguían a Jesús; era el comentario del pueblo y
todos querían verlo. Los discípulos, que eran personas bien cercanas a este
hombre popular, se vieron tentados a sentirse importantes, orgullosos y a ser
posesivos. Estar con Jesús les daba prestigio y una gran oportunidad para
obtener riqueza. La multitud estaba otra vez reunida, pero antes de dirigirse a ella, Jesús
llamó a sus discípulos a un lado y les advirtió acerca de la tentación que
enfrentarían como ayudantes suyos. No esperen fama y fortuna, les dijo Jesús,
sino aflicción, hambre y persecución. Sin embargo, les aseguró que serían
recompensados, aunque quizás no en esta vida. Habrá momentos en que seguir a
Jesús traerá consigo gran popularidad. Si no vivimos tomando en cuenta las
palabras de Jesús en este sermón, nos hallaremos usando el mensaje de Dios solo
para promover nuestros intereses personales.
5.3-5 Jesús empezó su sermón con palabras que aparentemente se contradecían.
Pero la forma en que Dios quiere que vivamos muchas veces contradice la del
mundo. Si quiere vivir para Dios debe estar dispuesto a decir y hacer lo que
para el mundo parecerá raro. Deberá estar dispuesto a dar cuando otros desean
quitar, amar cuando otros odian, ayudar cuando otros abusan. Al hacerlo, un día
recibirá todo, mientras los otros terminarán sin nada.
5.3–12 Aquí tenemos por lo menos cuatro maneras de entender las
bienaventuranzas: (1) Son un código de ética para los discípulos y norma de
conducta para todos los creyentes. (2) Contrastan los valores del Reino (lo que
es eterno) con los valores mundanos (lo que es temporal). (3) Contrastan la “fe”
superficial de los fariseos con la fe verdadera que Cristo quiere. (4) Muestran
que las expectativas del Antiguo Testamento se verían cumplidas en el Reino
nuevo. Estas Bienaventuranzas no pueden ser tomadas selectivamente. Uno no
escoge lo que quiere y deja el resto, sino que deben tomarse como un todo.
Describen lo que debemos ser como seguidores de Cristo.
5.3-12 Cada Bienaventuranza habla de cómo ser afortunado y feliz.
Algunas versiones dicen felices o dichosos en vez de bienaventurados.
Estas palabras no prometen carcajadas, placer ni prosperidad terrena. Jesús
pone de cabeza el concepto terreno de la felicidad. Para Jesús, felicidad es
esperanza y gozo, independientemente de las circunstancias externas. Para
hallar esperanza y gozo, la forma más profunda de la felicidad, sigue a Jesús a
cualquier costo.
5.3–12 Con el anuncio de Jesús de que el Reino se había acercado (4.17) naturalmente, la gente preguntaba: “¿Qué necesito hacer para ser parte
del Reino de Dios?” Jesús dijo que en el Reino de Dios las cosas no son como en
los reinos terrenales. Debían buscar beneficios y recompensas muy distintas de los
que los fariseos y publicanos estaban buscando. Mucha gente busca felicidad
pero esta fácilmente se desvanece. Muy pocos buscan el gozo de Dios que nunca
se desvanece. ¿Son sus actitudes una copia del egoísmo, el orgullo y las ansias
de poder del mundo, o reflejan el ideal al que Dios lo llamó?
5.11, 12 Jesús dijo que nos regocijáramos cuando somos perseguidos. La
persecución puede ser provechosa porque (1) aparta nuestros ojos de las
recompensas terrenas, (2) aleja a los creyentes superficiales, (3) fortalece la
fe de los que permanecen, y (4) sirve como ejemplo a los que vendrán después de
nosotros. Podemos ser confortados al saber que los grandes profetas de Dios
sufrieron persecución (Elías, Jeremías, Daniel). La persecución demuestra
nuestra fidelidad. Por ser fieles, en el futuro Dios nos premiará dejándonos
entrar en su reino eterno, donde no hay más persecución.
5.13 Si la sazón no da sabor, no tiene valor. Si los cristianos no se
esfuerzan por hacer un impacto en el mundo que los rodea, son de poco valor
para Dios. Si somos muy parecidos a los del mundo, no tenemos valor. Los
cristianos no deben confundirse con los demás. En su lugar, debemos impactarlos
positivamente, como el condimento que da mejor sabor a la comida.
5.14–16 ¿Se puede ocultar una ciudad que está en la cima de una montaña? Por
las noches su luz se ve a la distancia. Si vivimos por Cristo, vamos a brillar
como luces, mostrando a otros como es Cristo. Ocultamos nuestra luz al (1)
callar cuando debiéramos hablar, (2) hacer lo que todos hacen, (3) negar la
luz, (4) dejar que el pecado empañe nuestra luz, (5) no dar a conocer nuestra
luz a otros, o (6) no fijarnos en las necesidades de los demás. Sea un faro de
la verdad: no esconda su luz del resto del mundo.
5.17 Dios nos dio las leyes morales y ceremoniales para ayudarnos a amarle
con todo el corazón. A través de la historia de Israel, sin embargo, estas
leyes fueron citadas inexactamente y aplicadas erróneamente. En el tiempo de
Jesús, los líderes religiosos habían convertido la Ley en una masa confusa de
reglas. Cuando Jesús se refirió a una nueva forma de comprender la Ley de Dios,
no estaba sino llevando a la gente a su propósito original. No habló contra la
Ley en sí misma, sino contra los abusos y excesos a los que ella estaba sujeta.
5.17–20 Si Jesús no hubiera venido a abolir la Ley, ¿estarían todas las leyes
del Antiguo Testamento todavía en vigencia? En el Antiguo Testamento, había
tres categorías de Ley: ceremonial, civil y moral.
1) La ley ceremonial estaba relacionada específicamente con la adoración de
Israel (véase Levítico 1.2, 3, por ejemplo). Su propósito primario fue señalar a Cristo Jesús. Estas
leyes, sin embargo, dejaron de ser necesarias después de la muerte y
resurrección de Jesús. Si bien es cierto que ya no estamos atados por las leyes
ceremoniales, los principios que los respaldan, adorar y amar al Dios santo,
son todavía aplicables. Los fariseos con frecuencia acusaban a Jesús de violar
las leyes ceremoniales.
(2) La ley civil era la Ley de Dios que tenía que ver con el vivir diario de
Israel (véase Deuteronomio 24.10, 11, por ejemplo). Por el hecho de que la cultura y la sociedad modernas
son radicalmente diferentes, todas estas directivas no pueden seguirse al pie
de la letra. Pero los principios que las sustentan no tienen fin y deben guiar
nuestra conducta. Jesús los cumplió para dar el ejemplo.
(3) La ley moral (como los Diez Mandamientos) es mandato directo de Dios y
requiere obediencia estricta (véase Éxodo
20.13, por ejemplo). Como revela la naturaleza y la voluntad de Dios, se
aplica todavía hoy. Jesús obedeció la ley moral en su totalidad.
5.19 Algunos en el grupo eran expertos en decir a los demás lo que debían
hacer, pero pasaban por alto lo más importante de las Leyes de Dios. Jesús
clarificó que obedecer la Ley de Dios era más importante que explicarla. Es
mucho más fácil estudiar la Ley de Dios y decir a otros que la obedezcan que
ponerla en práctica. ¿Cómo le va a usted en su obediencia a Dios?
5.20 Los fariseos eran exigentes y escrupulosos en el cumplimiento de la
Ley. ¿Cómo puede Jesús, razonablemente, llamarnos a una mayor justicia que la
de ellos? La debilidad de los fariseos radicaba en que se sentían satisfechos
obedeciendo la Ley en lo exterior sin permitir que cambiara sus corazones
(actitudes). Jesús dijo que la calidad de nuestra piedad tiene que ser
superior a la de los fariseos. Podemos aparentar piedad y seguir lejos del
Reino de Dios. Él juzga nuestros corazones y nuestras obras. Es en el corazón
donde en verdad radica la sumisión. Cuidemos nuestras actitudes, que la gente
no ve, y las acciones que todos ven.
5.20 Jesús decía a sus oyentes que necesitaban una piedad totalmente
distinta (amor y obediencia), no una versión más intensa de la piedad de los
fariseos. Nuestra bondad debe (1) proceder de lo que Dios hace en nosotros, no
de lo que podemos hacer nosotros mismos, (2) estar centrada en Dios, no en
nosotros, (3) estar basada en la reverencia a Dios, no en la aprobación de la
gente, (4) e ir más allá del solo hecho de cumplir con la Ley amando los
principios que la respaldan.
5.21,22 Cuando Jesús dijo: “Pero yo os digo” no estaba aboliendo la Ley ni
agregando sus propias opiniones. Más bien estaba ofreciendo una explicación
completa de por qué Dios hizo tal Ley. Por ejemplo, refiriéndose a que Moisés
dijo: “No matarás”, Jesús enseñó que “cualquiera que se enoje contra su
hermano, será culpable de juicio”. Los fariseos leían esta Ley y, como jamás
habían matado, se sentían muy rectos. Sin embargo estaban tan enojados con
Jesús que ya pronto estarían planeando matarlo, aunque no con sus propias
manos. Perdemos la verdadera intención de la Palabra de Dios cuando leemos sus
normas para la vida sin procurar comprender por qué las dio. ¿Cuándo guarda uno
las normas de Dios pero pasa por alto su verdadera intención?
5.21,22 Asesinar es un pecado terrible pero la cólera es un gran pecado también
porque viola el mandato de Dios de amar. La ira, en este caso, se refiere a la
amargura creciente en contra de alguien. Es una emoción peligrosa que puede
llevar a la pérdida de dominio propio, y puede conducir a la violencia, al daño
emocional, a una tensión mental creciente y a otros resultados destructivos. La
cólera impide que desarrollemos un espíritu agradable para Dios. ¿Alguna vez se
ha sentido orgulloso de no haber cometido el error de decir decir lo que tenía
en la mente? El dominio propio es bueno pero Cristo quiere que dominemos
también nuestros pensamientos. Jesús dijo que seremos juzgados aún por nuestras
actitudes.
5.23, 24 Cualquier ruptura de relaciones puede afectar nuestra relación con
Dios. Si tenemos un problema con un amigo, debemos resolverlo lo antes posible.
Somos hipócritas si manifestamos tener buenas relaciones con Dios mientras no
las tenemos con otra persona. Nuestras relaciones con los demás reflejan
nuestra relación con Dios (1 Juan
4.20).
5.25, 26 En los días de Jesús, si alguien no podía pagar sus deudas, iba a la
cárcel hasta que la deuda fuera saldada. A menos que alguien pagara la deuda,
el prisionero moría preso. Es un consejo sabio resolver nuestras diferencias
con nuestros enemigos antes de que su cólera cause más problemas (Proverbios 25.8–10). Sus
desacuerdos pudieran no llevarlo hasta el tribunal, pero aun los conflictos
pequeños se solucionan más fácilmente si tratamos de arreglarlos de inmediato.
En un sentido amplio, estos versículos nos aconsejan arreglarnos con nuestro
prójimo antes de presentarnos delante de Dios.
5.27, 28 La Ley del Antiguo Testamento dice que no se puede tener relaciones
sexuales con otra persona que no sea su cónyuge (Éxodo 20.14). Pero Jesús dijo que el
deseo de tener relaciones sexuales con otra persona es adulterio mental y
pecado. Jesús enfatizó que si el acto es equivocado, también lo es la intención.
Ser fiel al cónyuge con el cuerpo y no con la mente es romper la confianza que
es vital para un matrimonio sólido. Jesús no está condenando el interés natural
en el sexo opuesto ni el deseo sexual sano. Está condenando el dejar deliberada
y repetidamente que la mente se llene de fantasías que serían malas si se
hicieran realidad.
5.27, 28 Algunos creen que si los pensamientos lujuriosos son pecado, ¿por qué
no consumarlos de una vez? Porque es peligroso en varios sentidos: (1) sería
excusar el pecado en vez de buscar formas de evitarlo; (2) destruye
matrimonios; (3) es una rebelión deliberada contra la Palabra de Dios; y (4)
siempre hiere a otro, además de a uno mismo. El acto pecaminoso es más
peligroso que el deseo pecaminoso, y por eso no debe consumarse. Sin embargo,
los deseos pecaminosos son igualmente dañinos a la virtud. Descuidarlos podría
traer como consecuencia acciones erróneas y alejamiento de Dios.
5.31, 32 El divorcio es tan hiriente y destructivo hoy como lo fue en los días
de Jesús. Dios quería que el matrimonio fuera una entrega de por vida (Génesis 2.24). Cuando optan por el
matrimonio, las personas nunca deben tener el divorcio como una opción para
resolver sus problemas ni como una forma de escapar de una relación que
aparentemente está muerta. En estos versículos, Jesús también está atacando a
los que a propósito quebrantan el contrato matrimonial, y se divorcian para
satisfacer sus deseos lujuriosos contrayendo matrimonio con otra persona.
¿Están sus acciones fortaleciendo su matrimonio o lo están desgarrando?
5.32 Jesús dijo que el divorcio no es permitido “salvo por causa de
fornicación”. Esto no significa que el divorcio debiera ocurrir al instante en
que uno se entera de la infidelidad del cónyuge. Uno debiera primero intentar
perdonar, reconciliarse y restaurar las relaciones. Debemos buscar maneras de
restaurar nuestro matrimonio en vez de buscar excusas para romperlo.
5.33ss En este pasaje, Jesús enfatiza la importancia de decir la verdad. La
gente rompía sus promesas y empleaba un lenguaje sagrado ligero y descuidado.
Mantener los votos y las promesas es importante, porque ayuda a establecer
confianza y hace posible las relaciones humanas serias. La Biblia condena el
hacer votos a la ligera, el dar la palabra y no cumplirla y el jurar en vano
por el nombre de Dios (Éxodo
20.7; Levítico 19.12; Números 30.1, 2; Deuteronomio 19.16–20). El
juramento es necesario en ciertas situaciones solo porque vivimos en una
sociedad pecaminosa que engendra desconfianza.
5.33–37 Los votos y los juramententos eran comunes, pero Jesús dijo a sus
seguidores que no debían jurar, que su palabra debía bastar (véase Santiago 5.12). ¿Se le conoce a usted
como una persona de palabra? La veracidad parece ser algo tan raro que sentimos
que debemos finalizar nuestra declaración con un “lo juro”. Si decimos siempre
la verdad, no tendremos necesidad de respaldar nuestras palabras con una
promesa o juramento.
5.38 El propósito de Dios al dar esta Ley era ofrecer misericordia. Se dijo
a los jueces: “que el castigo sea acorde al delito”. No era una guía para la
venganza personal (Éxodo 21.23–25; Levítico 24.19, 20; Deuteronomio 19.21). Su
propósito era limitar la venganza y ayudar al juez a aplicar castigos que no
fueran ni estrictos ni livianos. Algunas personas, sin embargo, estaban usando
esta frase para justificar la venganza. La gente todavía trata de excusar sus
actos de venganza diciendo: “Estaba cobrándome lo que me hizo”.
5.38-42 Cuando somos agraviados, con frecuencia nuestra primera reacción es
buscar desquite. Jesús nos dice que debiéramos hacer el bien a los que nos
causan daño. No debemos guardar resentimientos, sino amar y perdonar. Esto no
es natural: es sobrenatural, y solo Dios puede darnos la fuerza para amar como
Él lo hace. En lugar de buscar venganza, ore por los que lo hieren.
5.39-44 Para muchos judíos de ese tiempo, estas declaraciones eran ofensivas.
Un mesías que daba la otra mejilla no podía ser el líder militar que esperaban
que encabezara una revuelta contra Roma. Como estaban bajo la opresión romana,
soñaban con represalias contra sus enemigos. Pero Jesús sugirió una nueva
respuesta a la injusticia. En lugar de demandar nuestros derechos, debemos
cederlos. La declaración radical de Jesús dice que es más importante impartir
justicia y misericordia que demandarlas.
5.43, 44 Al llamarnos a no tomar represalias, Jesús nos libra de tomar la
justicia en nuestras manos. Al orar y amar a nuestros enemigos en lugar de
buscar represalias podemos vencer el mal con el bien.
Los fariseos interpretaban que Levítico
19.18 enseñaba que se debía amar a los que amaban, y que Salmos 139.19–22 y 140.9–11 instaba a odiar a los
enemigos. Pero Jesús les dijo que debían amar a sus enemigos. Si ama a sus
enemigos y los trata bien, demuestra que Jesús es el Señor de su vida. Esto lo
logran los que se dan totalmente a Dios, porque solo Él puede liberar al hombre
de su egoísmo natural. Debemos confiar en que el Espíritu Santo nos ayuda a
amar a aquellos por quienes no sentimos amor.
5.48 ¿Cómo podemos ser perfectos? (1) En carácter. En esta
vida no podemos ser impecables, pero podemos aspirar a ser más semejantes a
Cristo. (2) En santidad. Como los fariseos, debemos separarnos de los
valores pecaminosos del mundo. (3) En madurez. No podemos lograr tener
el carácter de Cristo y vivir en santidad de golpe y porrazo, pero podemos
luchar por la perfección. Así como esperamos una conducta diferente de un bebé,
de un niño, de un adolescente y de un adulto, Dios espera actitudes diferentes
de nosotros, según nuestro nivel de desarrollo espiritual. (4) En amor.
Podemos buscar amar a los demás como Dios nos ama. Uno es si su conducta es
apropiada para su nivel de madurez: perfectos, pero aún con mucho espacio para
crecer. Nuestra tendencia a pecar nunca debe detenernos en el empeño de ser
cada vez más semejantes a Cristo. Él llama a todos sus discípulos a la
excelencia, a superar el nivel de mediocridad y a madurar en todo, hasta llegar
a ser como Él es. Los que se esfuerzan por llegar a la perfección un día
lograrán ser perfectos como Él es perfecto (1 Juan 3.2).