La Vida de Jesús no Evangelio de Mateo
La Vida de Jesús no Evangelio de Mateo
El registro de los acontecimientos en
la vida y muerte de Jesús de especial importancia y significación para el
evangelio cristiano que encontramos en Mateo corresponde en buena medida al
relato de Marcos. Nuestro evangelista reúne en los cap(s). 8 y 9, en tres
grupos de tres, muchos de los relatos de Marcos sobre los milagros; y en los
cap(s). 11 y 12 combina de Marcos y otras fuentes, relatos acerca de las relaciones
de Jesús con personas prominentes de su época, como Juan el Bautista y los
fariseos. No hace ningún intento de relatar dichos incidentes en orden
cronológico. Sólo encontramos ese tipo de secuencia en el relato de la pasión,
que probablemente se narró en forma cronológica desde los primeros días, por
constituir lo central del evangelio cristiano. Mateo, sin embargo, hace más
completo el relato de la vida de Jesús al colocar como prefacio una *genealogía
y tradiciones relativas a la infancia de Jesús, y seguirlo con relatos de dos
de las apariciones del Jesús resucitado. Las narraciones de la infancia que
escribió Mateo no contienen un relato del nacimiento de Jesús, que sólo se
menciona de paso en 2.1. Parecería que el propósito que llevó al evangelista a
incluir la genealogía fue demostrar que Jesús, aunque nacido de una virgen,
era, no obstante, descendiente legal de la simiente de Abraham, e hijo de la
casa real de David; y según el material que contiene 1.18–25, responder a la
calumnia de que Jesús era hijo ilegítimo de María, y defender la acción de
José. La historia subsiguiente de la huida a Egipto, es, en parte, una
respuesta a la pregunta de los judíos sobre la razón por la cual, si Jesús,
conocido como Jesús de Nazaret, realmente había nacido en Belén, pasó buena
parte de su vida en Nazaret.
Las dos
apariciones posteriores a la resurrección propias al Evangelio de Mateo
(28.9–10, 16–20) pueden haber tenido por objeto completar el relato de Marcos.
Por cierto que se evita el abrupto final del Evangelio de Marcos mediante la
declaración de que las mujeres, en lugar de guardar para sí lo que habían visto
y oído, obedecieron la orden del ángel de informar a los hermanos del Señor que
debían ir a Galilea, en donde lo verían; y que en el momento en que las mujeres
se encaminaban a cumplir su mandato, encontraron al Jesús resucitado. La
sensacional revelación en Galilea efectuada por el Jesús resucitado, de que por
medio de su victoria sobre la muerte había recibido soberanía universal, y su
comisión a los once discípulos de emprender una misión evangelística mundial,
con la seguridad de que él estaría con ellos hasta el fin de los tiempos,
sirven de culminación para el Evangelio de Mateo.
En estas
narraciones de la infancia y de los días posteriores a la resurrección, Mateo
hace adiciones concretas al relato, tal como lo había relatado Marcos. Cuando
amplía los relatos de Marcos que resolvió incluir, generalmente lo hace
agregando material que refleja puntos de interés que preocupaban a la iglesia
cristiana en la época en que escribía. Por ejemplo, el relato de Pedro cuando
caminó sobre las olas hacia donde estaba Jesús (14.28–31), y el famoso pasaje
de Pedro en 16.18–19, eran de importancia en la época en la que dicho apóstol
desempeñaba un papel importante en la iglesia; y el problema de los tributos,
especialmente después del año 70 d.C., cuando, a causa de la destrucción del templo, se
transfirió al templo de Júpiter Capitolino el tributo destinado a su
mantenimiento, indudablemente se aclararía en alguna medida con el relato
que encontramos en 17.24–27. Además, a medida que pasaba el tiempo y tendía a
aumentar la curiosidad biográfica, parecería que cada vez se prestó mayor
atención a aspectos secundarios de la vida de Jesús. Así, el relato de Mateo
sobre el fin de Judas Iscariote (27.3–10), y el incidente de la mujer de Pilato
(27.19) ayudarían a contestar las desconcertantes preguntas sobre por qué Judas
traicionó a su Maestro, y por que Pilato condenó a Jesús.
En su narración
de la crucifixión y la resurrección, Mateo hace cuatro agregados importantes al
relato de Marcos, que a esta altura sigue de cerca. Nos dice que en el momento
de la muerte de Jesús se produjo un terremoto, acompañado por la resurrección de
los santos, que habían profetizado la venida del Mesías, y que ahora se
levantaban para saludar su muerte en el Calvario (27.51–53). Las tres adiciones
posteriores de Mateo al relato de Marcos sobre la resurrección son todas de
carácter apologético. Ellas son la guardia especial y el sellado de la tumba
(27.62–66); el fracaso de estas medidas, provocado en parte por la
semimortificación de los guardias después de un segundo terremoto, y en parte
por la presencia del visitante angelical que hizo rodar la piedra que guardaba
la entrada de la tumba (28.2–4); y el soborno de los guardias para que hicieran
circular la versión, que todavía era corriente en el día de los evangelistas,
de que los discípulos de Jesús habían acudido durante la noche y habían robado el
cuerpo (28.11–15). Tenían el propósito de descartar la posibilidad de que el
cuerpo de Jesús pudiera haber sido quitado de la tumba, excepto por medios
sobrenaturales. En muchos aspectos podríamos llamar al Evangelio de Mateo una
apología cristiana primitiva.